Escribo en los trenes.
En trenes en los que te encuentro sin querer querer, pero queriendo al fin y al cabo. Porque no quiero, pero quiero. Porque podría coger otro tren, o podría subirme en otro vagón, o incluso en otra planta.
Pero no lo hago.
Sigo subiendo al tren de las 7:52 todas las mañanas, en el último vagón, en el piso de abajo, en los asientos de la derecha.
Y todas las mañanas hago que me sorprendo al verte; me maldigo pensando "que casualidad, otra vez".
Y aunque podría, por lo menos, sentarme de espaldas a ti, siempre lo hago de frente. Para que se nos escape alguna mirada furtiva cuando ambos nos perdamos mirando amanecer por la ventana y nuestros ojos se encuentren en el reflejo sucio del cristal.
Porque el maldito destino que nos hizo encontrarnos, quiso también que años más tarde, cojamos el mismo tren, a la misma hora, hasta el mismo punto, haciendo transbordo a la misma línea, estando tu destino a solo una parada de distancia del mío.
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