Tú.

Yo.

Nosotros. Me gusta nosotros. Me gusta lo que implica que los dos nos concibamos tan unidos como para nombrarnos con un nosotros. No quiero que pare nunca ese revoloteo en mi estómago cuando dices nosotros. No quiero acostumbrarme.

Acostumbrarse.

Rutina.

Repetir. Rompamos de una vez los círculos cerrados. Porque sí, porque irremediablemente los círculos cerrados siempre se repiten. Todo puede convertirse en uno de estos círculos. Las personas incluso. Me fallas, te perdono, me dañas, te perdono, me hieres, te perdono, me dueles, te perdono. Basta. Haz que pare. Haz que se calle.

Callar.

Hablar.

Silencio. Silencio porque sobran las palabras. Me miras. Te miro. Queda todo dicho cuando tu mirada se cruza con la mía, aunque yo tenga que apartarla a los pocos segundos. Porque incluso ese pequeño gesto de no poder aguantar mirarte por demasiado tiempo cuando tus ojos se clavan en los míos dice más que cualquier palabra. 

Palabras. 

Leer.

Escribir. A veces temo que se me olvide como escribir. Es irónico. Me inspiras. Me bloqueas. Eres a la vez el impulsor de que esté sentada delante del teclado, delante del papel. Y a la vez eres quien no deja que las palabras salgan con fluidez de mi mente, devolviéndome el miedo al folio en blanco, porque me haces sentir demasiadas cosas al mismo tiempo. Rabia y amor. Amor y rabia.

Rabia.

Enfado.

Romper.

Terminar.

Acabar.


Terminar.

Acabar.

Terminar.

Acabar.

Fin.