sábado, 14 de marzo de 2015

Obligarme a no verte

Todos me dicen que te olvide, y yo lo intento pero no puedo. Siempre me ha costado mucho olvidar a la gente, y justo ahora después de unos meses sin tener noticias tuyas, después de algún encuentro antes de Navidad y de alguna mirada en el pasillo, había conseguido olvidarte. Lo tenía claro, estabas más que superado, me daba igual encontrarme contigo y pasaba de tus miradas o tus codazos supuestamente sin querer. Pero una maldita noche en la que no conseguía dormir, se me ocurrió coger el móvil tan solo para comprobar cuanto tiempo llevaba dando vueltas en la cama. Eran las dos menos veinte y tenía un whasap, algo extraño ya que finalicé las últimas conversaciones alrededor de las once. Con cierta curiosidad desbloqueé el móvil para comprobar de quien era el mensaje. Era tuyo. Todo iba demasiado bien así que algo tenía que estropearlo ¿no? Leí y releí tu mensaje millones de veces, un mensaje de una sola palabra, una palabra a la que no le encontraba mucho sentido. Yo sin poder evitarlo contesté, y ahí empezó a arder Troya. Primero discutimos, luego nos reprochamos cosas y luego lo mezclamos todo. Estuvimos así hasta las tres menos diez, cuando te desconectaste y no volviste. Desde entonces, sigo dándole vueltas a todo, tengo que obligarme a no verte, e intentar volver a olvidarte. No es fácil, no me dejas que sea fácil, estás en todas partes, a todas horas. Cuando entró a clase por las mañanas, subes justo a la misma hora que yo; cuando salimos al recreo, siempre vas delante o detrás mía, al igual que al volver a clase; cuando tengo que ir a otra clase, siempre me cruzo contigo. Y siempre que me tropiezo es o contigo, o por tu culpa.